miércoles, 23 de octubre de 2013

FONDOS RESERVADOS

Marc Vilarassau sj


Hubo un tiempo, hace veinte años, en que yo pensé que lo decisivo en mi vida iba a ser la diferencia entre todo o nada. Sentí la urgencia de darlo todo sin reservarme nada, y con ese propósito me fui al noviciado de los jesuitas. Y aquí estoy, veinte años después, descubriendo que, aunque el fondo es auténtico, las cosas no son tan simples ni las dicotomías tan nítidas.

Recién estrenados los cuarenta, voy cayendo en la cuenta de que la diferencia capital no es la que hay entre todo o nada, sino la que hay entre todo y casi todo. El problema no es tanto lo que das –que puede ser mucho y buenísimo–, como lo que te reservas –aunque sea poco e insignificante–. Es ese “fondo reservado” el que, de golpe, te pasa factura. Uno reconoce que ha vivido a fondo, que se ha entregado generosamente, que ha dado mucho; pero, aun así, por poco honesto que sea consigo mismo, descubre como un resto de insatisfacción todavía no exorcizado, una insobornable sensación de que algo falta, de que esa carta que uno guarda disimuladamente bajo la manga tiene también que entrar en el juego, si no quiere que le quede fijada en el rostro esa sonrisa que muestra sólo la mitad del alma. Y no me refiero a esas reservas legítimas y hasta necesarias (si uno no quiere fundirse más que darse); me refiero a esas reservas mezquinas, esa calderilla existencial que guardamos en una caja, no como acopio para darse mejor, sino como reserva para no darse tanto. Me refiero a nuestro tiempo sagrado, a nuestro espacio inviolable, a nuestras manías intocables, a nuestros secretos irrevelables, a nuestros pequeños vicios inconfesables, y también a las mentiras que decidimos creernos para blindar esos “fondos” de toda injerencia ajena y de toda conversión posible.

Es entonces cuando caes en la cuenta de que ese tipo de reservas son trampas que nos tendemos a nosotros mismos, como aquél que por miedo a caer en una trampa cae en otra mayor. Si alguien te dice que a los cuarenta te desengañas, no le creas: no es que te desengañes, sino que ya no te engañas, que no es lo mismo. Por supuesto, uno puede seguir engañándose durante cuarenta años más, pero no vale la pena. Aún estamos a tiempo de echar esa calderilla existencial sobre la mesa y sumarla al resto. Poco o mucho, eso es lo que tenemos y eso es “todo” lo que podemos ofrecer. Quizá no más, pero tampoco menos.

martes, 22 de octubre de 2013

OTRO CRIMEN DEL CAPITALISMO: POBRICIDIO EN EL MEDITERRÁNEO

Renán Vega Cantor, en Rebelión

El 3 de octubre naufragó cerca de Lampedusa (Italia) una frágil embarcación en la que se encontraban unos 500 inmigrantes que procedían de África, en su mayoría de Eritrea y Somalia, y que pretendían ingresar en suelo europeo. Luego de varias horas en ultramar y ante una avería del barco, algunos le prendieron fuego a una manta para hacerse visibles y llamar la atención de los guardacostas. Esto originó una conflagración que rápidamente incendió una parte de la barcaza, lo que llevo a la gente a arremolinarse en el otro costado e hizo naufragar el rudimentario navío. Algunos se lanzaron a las aguas del océano y otros se hundieron porque no sabían nadar. El resultado no puede ser más dantesco, puesto que murieron unas 350 personas, entre hombres, mujeres y niños, en lo que se constituye en otro crimen del capitalismo internacional, que hace parte del pobricidio: el genocidio sistemático de los pobres en todo el mundo. Este hecho no es ningún accidente desgraciado, sino un resultado previsible del funcionamiento del capitalismo actual, como se ha confirmado días después con otro naufragio casi en el mismo sitio, que ha dejado 50 muertos.

Migraciones mortales

En nuestro tiempo se presenta un notable flujo migratorio desde los países del sur hacia la Unión Europea y hacia los Estados Unidos. Aunque esta no es la única corriente migratoria, si es la más conocida, y la que está relacionada en forma directa con los centros dominantes del capitalismo mundial, donde opera la principal fuerza expulsora de la gente en todo el mundo. El desplazamiento masivo de población de los países pobres hacia los que aún se siguen presentando como prósperos –aunque algunos de ellos ya no lo sean, como España- se explica, por lo menos, por cuatro razones: Planes de Ajuste Estructural (PAE) en el sur y el este del mundo; destrucción de las economías campesinas de subsistencia; implantación de dictaduras criminales al servicio del capitalismo mundial; y el impacto de las transformaciones climáticas.

Los Planes de Ajuste Estructural, que se vienen impulsado desde hace más de tres décadas en África, Asia, América Latina y Europa del Este, han significado la destrucción de las economías locales, la privatización de los bienes públicos, la flexibilización laboral, el desempleo y subempleo, el cambio en el rol del Estado a favor de las grandes empresas transnacionales, la marcantilización de la educación, la cultura, la salud y todo lo que pueda generar beneficios a los capitalistas. Como resultado de los PAE se ha incrementado la pobreza y la desigualdad, así como han disminuido las posibilidades de subsistencia digna para millones de personas, que se ven obligadas a huir en búsqueda de mejores horizontes para ellos y sus familias, aunque eso sólo sea cierto para unos cuantos.

Como un componente central de los PAE se destruyen las economías campesinas, se fortalece la agricultura empresarial y los agronegocios, se siembran cultivos de exportación (palma aceitera, soja, caucho, caña de azúcar…) y se expanden las grandes propiedades. Esto viene acompañado de una gran dosis de violencia para expulsar a los campesinos y obligarlos a abandonar sus tierras y cedérselas a los empresarios. La huida de los pequeños propietarios ante la destrucción de milenarios medios de vida y subsistencia los conduce a otras regiones de sus respectivos países y más allá de las fronteras nacionales, como se observa en el caso de los campesinos mexicanos que tratan de llegar a los Estados Unidos, o de campesinos africanos que intentan ingresar a la Unión Europea.

Para imponer el libre comercio, la privatización, la flexibilización laboral y la entrega de los bienes públicos y comunes (agua, biodiversidad, bosques, mares, ríos, recursos minerales, petróleo…) a los países imperialistas y a sus empresas, la mejor garantía es apoyar a dictadores militares o civiles –eso no importa- que se encargan de reprimir a sus conciudadanos para propiciar el funcionamiento del “libre mercado” y permitir que las empresas transnacionales y sus socios locales roben y expolien a sus países. Todo lo que represente alguna forma de resistencia y oposición al modelo del libre comercio, es conjurado mediante la represión y la guerra, como se evidencia en muchos lugares de Asia, América Latina y África. No por casualidad, la huida de habitantes de este último continente hacia Europa se ha incrementado en los últimos años, a raíz de los sucesos de Túnez, Libia y Egipto.

Tienden a generalizarse a raíz de las drásticas transformaciones climáticas los refugiados ambientales, un término que designa a los pobres que son azotados por huracanes, tifones, tornados, terremotos, erosión de los suelos, destrucción y contaminación de ríos y lagos, fenómenos todos que no tienen nada de natural, sino que son producidos por los ritmos vertiginosos de producción y consumo del capitalismo mundial, en especial en los países dominantes. Para dar un solo ejemplo, en México se registra una emigración de casi medio millón de campesinos cada año, por la desertificación de sus tierras, algo todavía más agudo en la región del Sahel en África.

Todos estos aspectos forman parte del pobricidio que se desenvuelve diariamente en el mundo, y en el cual mueren millones de personas, sobre todo en los países periféricos y dependientes. No sorprende que los pobres formen parte de ese interminable cortejo de cuerpos famélicos y torturados que huyen del sur del mundo hacia el norte, anhelando encontrar el paraíso, aunque en el camino muchos encuentren la muerte, como se ha comprobado en las aguas del Mediterráneo, cerca de Lampeduza.


Cementerios marinos

La terrible jornada mortal del 3 de octubre en el Mediterráneo no ha sido la primera ni será la última, sino que forma parte de un ciclo infernal, que se prolonga desde hace varias décadas y en el que han muerto miles de africanos empobrecidos. Según cifras conservadoras desde 1990 hasta 2012 habrían muerto en el Canal de Sicilia unas 8.000 personas, y de ellas 2.770 solo en el año 2011, en el momento más álgido de la guerra en Libia, cuando miles de sus habitantes intentaron llegar a las costas italianas. Según la Organización Internacional de Migraciones (OIM) en las últimas décadas murieron en el Mediterráneo unas 25 mil personas. El legendario mar se ha convertido en una tumba gigantesca, en la que termina la vida de miles de africanos que huyen de la miseria y violencia que los aflige.

Es bueno recordar el ciclo de su interminable calvario hacia la muerte, o en el mejor de los casos hacia la cárcel y la discriminación, cuando tienen la suerte de llegar con vida a los suelos del “paraíso europeo”. Los africanos muertos el 3 de octubre habían partido un año y medio antes y habían hecho un extenso recorrido, si se recuerda que la distancia entre Eritrea, situada en el Mar Rojo, e Italia es de unos 3500 kilómetros. Eritrea es un empobrecido país, que se sitúa en el puesto 181 entre 187 según el Índice de Desarrollo Humano de la ONU, en el que apenas queda agua. Sus habitantes escogen a Italia como destino, porque este país los colonizó a finales del siglo XIX y algunos de ellos hablan italiano.

Su recorrido ejemplifica la tragedia de los migrantes: luego de pagar entre 400 y 2.000 euros a las mafias de traficantes de personas fueron metidos en camiones que atravesaron Sudán y Libia por vía desértica. Ese trayecto duró varias semanas y cuando llegaron a Libia tuvieron que esperar más de un año para partir a Italia. Durante ese tiempo trabajaron como peones para conseguir los últimos euros con los cuales pagan su travesía hacia Europa. Del puerto libio de Misrata partió el desvencijado barco repleto de migrantes, uno junto al otro compartiendo un estrecho espacio, como en la época de la esclavitud, y a los pocos días naufragó y se hundió 40 metros bajo el mar, y con él la carga humana convertida en una vil mercancía.

Esta no es una muerte accidental, sino un crimen que se suma al interminable prontuario del capitalismo, en el que son tan responsables los organismos financieros y los países imperialistas y la Unión Europea que han impuesto los Planes de Ajuste Estructural, como las empresas multinacionales y los traficantes de seres humanos, todos los cuales forman una enorme cadena que se lucra con la pobreza de la gente.

Hipocresía a granel

Como suele suceder siempre que se presentan estos crímenes nadie es culpable y el asunto se presenta como un accidente, casi de tipo natural, y durante unas cuantas horas los políticos y burócratas dejan caer algunas lágrimas de cocodrilo. Esto también aconteció en esta oportunidad, pues los mandamases de Italia, de la Unión Europa y de la ONU hablaron de la tragedia de los migrantes, pero eso sí sin cuestionar las políticas migratorias imperantes en ese continente desde hace varios años, que se sustentan en la criminalización y racismo y tiene como pilar central el control de las fronteras.

Para los diferentes gobiernos de la Unión Europea, empezando por Francia y Alemania, la migración no es una consecuencia de sus políticas en el mundo periférico, y por lo tanto no deben modificarse ni impulsar transformaciones que permitan mejorar las condiciones de vida de las regiones donde se origina la fuga de población. En contravía, esos países fomentan una política puramente represiva de control de las fronteras y persecución de los migrantes y por lo mismo, en muchas ocasiones, dejan morir en el mar a los africanos, sin brindarles ninguna ayuda. Como un ejemplo, puede recordarse que en marzo de 2012 varios gobiernos de la Unión Europea dejaron a un barco a la deriva durante dos semanas en el Mediterráneo, sin proporcionarle ningún tipo de socorro. En esa ocasión solo sobrevivieron 9 de los 72 migrantes, que también procedían de África.

Esos políticos suelen echarle la culpa de la migración a las redes de traficantes, lo cual es el resultado y no la causa de las oleadas migratorias, puesto que los brutales controles fronterizos que se ejercen en Europa son los que fomentan el tráfico de personas y la esclavitud por deudas. Esos mismos políticos son los responsables del trato discriminatorio y xenófobo que reciben los migrantes que logran afincarse en Europa, los cuales son sometidos a un régimen laboral de semi esclavitud que beneficia de los empresarios capitalistas, en una especie de Apartheid socio laboral que nada tiene que envidiarle al régimen racista de Sudáfrica antes de 1990 o al de Israel en la actualidad.

En Europa, asolada por una crisis interna, con altos niveles de pobreza y desempleo, la criminalización de los migrantes se ha convertido en una bandera electoral, de la que se lucran todos los gobiernos –sin necesidad de que las fuerzas dominantes pertenezcan al Frente Nacional francés o a movimientos fascistas. De ahí que las tragedias se hayan convertido en una perversa normalidad, como lo demuestra un hecho sucedido en 1996 cuando naufragó un barco frente a las costas de Sicilia, que llevaba migrantes de Sri Lanka, Pakistán y la India, con un saldo de 283 muertos. El gobierno italiano siempre negó el hecho y los habitantes de un pequeño pueblo de pescadores, Portopalo, pescaban a los muertos del naufragio, y con gran naturalidad los devolvían al mar, pero estos cadáveres regresaban cada vez más descompuestos, y eso sucedió durante meses. Todos lo sabían en el pueblo, pero nadie lo denunciaba, porque se había tendido un manto de silencio sobre los muertos, para borrar su memoria. Hasta que un día, un pescador se cansó de la mentira y lo contó a un periodista que escribió un libro en el que dio a conocer el hecho, y el pescador se convirtió no en un héroe sino un villano para todos los que sabían lo que había pasado pero que lo negaban y ocultaban. Como lo dice Santiago Alba Rico al contar esta historia: “Devolver cadáveres al mar era un gesto sano y rutinario mientras que tratar de salvar al menos su memoria era, en cambio, un atentado enfermizo contra la paz social”. Este hecho trágico refleja la metáfora más plena del capitalismo: “Una economía que produce cadáveres y una sociedad que los devuelve ininterrumpidamente al mar”. (Santiago Alba Rico, Capitalismo y nihilismo, Editorial Akal, 2007, pp. 5-8).

Todo esto desnuda la hipocresía reinante respecto a los migrantes y a los derrotados, cuyos cuerpos terminan en el fondo del mar. Lo de Lampeduza no solo es una vergüenza para la humanidad, como lo ha dicho el Papa Francisco I, sino que es algo peor: es un crimen, que forma parte de un auténtico genocidio contra los pobres. Como para que queden dudas, solo basta decir que los 150 sobrevivientes del naufragio del 3 octubre en Lampeduza van a ser investigados y acusados del delito de inmigración ilegal, se les condenará a pagar una fuerte suma de dinero, y se les expulsará hacia sus lugares de origen para que se mueran de hambre o sean asesinados por los esbirros de la “civilizada” Europa.

sábado, 19 de octubre de 2013

REFLEXIONES URGENTES HACIA DENTRO DE LA IGLESIA CATÓLICA

Adital 03 10 13

Llevamos unos meses en los que la Iglesia Católica es el centro de la noticia, generalmente para mal, con reportajes de todo tipo, películas, mensajes en internet y en los blogs resaltando condenables acciones y actitudes de algunos miembros de la Iglesia Católica en el mundo y, también, difundiendo masiva y repetidamente películas y reportajes que cuestionan la vida de Cristo y la doctrina de la Iglesia. Es realmente una campaña (por el estilo, por la repetición, por las medias verdades, por la falta de debate serio, por el ocultamiento de otras verdades y otras acciones benéficas y sacrificadas de miles y miles de sacerdotes y religiosas católicos por todo el mundo) pero tampoco hay que cerrar los ojos ante hechos comprobados, de diferente estilo y proyección, de miembros de la Iglesia Católica en Alemania, en Irlanda, en España, en Venezuela, en Estados Unidos, en Nigeria, en Perú…

Hablando con varios Obispos y con numerosos sacerdotes, coincidimos en que, entrados en el siglo XXI la Iglesia católica debe replantearse varios aspectos de su relación con la sociedad, haciéndolo con transparencia, con sinceridad y con valentía. Posiblemente, con dolor también y, a veces, con vergüenza y pidiendo perdón. Quizás lleguen momentos excepcionales para la historia moderna de la Iglesia Católica al igual que en otras épocas por el nivel de exigencias de la sociedad.

Pienso que en la Iglesia debemos reflexionar, de manera especial y urgente, sobre tres aspectos de su relación con la sociedad a nivel mundial: el poder, la cultura y el sexo, que son los temas tratados en las noticias de los últimos meses. Y, en mi opinión, hagámoslo por ese orden…

EL PODER: son ya muchos siglos que se discute, desde diferentes ángulos y situaciones, la llamado relación de la Iglesia Católica con el poder, desde la hegemonía mundial de los países del llamado "Occidente Cristiano”, la misma existencia del Estado de la Ciudad del Vaticano con sus embajadores y opiniones políticas, la participación política directa en muchos momentos de la historia hasta nuestros días (recordemos algunos: Solidaridad en Polonia, Democracia Cristiana en Italia, actitudes de los Obispos en Venezuela, en España, en Bolivia, lo que está ocurriendo en estos momentos en Estados Unidos, con la defensa de los emigrantes, así como la presencia de la Iglesia en movimientos de Liberación en América Latina, en El Salvador, en África, etc.).

Los últimos escándalos en el Vaticano que llegan hasta el asesor personal del Papa, también animan a criticar la falta de transparencia en el manejo de cuestiones materiales alejadas de toda cuestión religiosa y de fe. El Reino de Cristo es o no es de este mundo? Cómo diferenciar el compromiso de los católicos, especialmente de los laicos, con su comunidad, de posiciones institucionales y de manejo del poder político y económico que llevan a defender intereses específicos que no tienen nada que ver con la religión ni con la fe?

LA CULTURA: una pésima relación entre cultura moderna e Iglesia Católica…Es realmente sorprendente pues precisamente la Iglesia católica, a lo largo de la historia y superando con mucho a las demás religiones, ha sabido adaptarse y adaptar creaciones culturales de los diferentes pueblos del planeta. Por algo nos llamamos "católicos”, universales desde el mismo mensaje evangélico, desde el mismo mandamiento principal de Jesús, al considerarnos todos hijos de Dios, desde la misma práctica de los primeros cristianos… La presencia de sacerdotes y religiosas de todas las razas y naciones es una riqueza de la Iglesia Católica que no pueden presentar las otras religiones…Entonces, por qué nos cuesta entender el mundo moderno? Por qué no se sabe utilizar correctamente los medios de comunicación y las nuevas tecnologías de la comunicación no sólo a la defensiva y con contenidos tradicionales sino con creatividad, estilos y propuestas para el Siglo XXI?

La cultura, en la sociedad, va relacionada con el poder…por lo que de nuevo surgen las preguntas del punto anterior y el llamado a la sinceridad y a la valentía. Por ejemplo, en Navidad con el consumismo masivo, entre los niños es más famoso Papá Noel que el Niño Jesús… quién no lo sabe? Y en Semana Santa, en el tan nombrado Occidente Cristiano, preferimos las vacaciones que la reflexión y la oración…Por no hablar de los ritos litúrgicos, de las palabras y símbolos que en ellos se usan que no tienen nada que ver con la historia y las culturas de Asia, de África, de América Latina…Nos atreveremos a cambiar como se hizo en situaciones similares a lo largo de los siglos? Seguiremos imponiendo manifestaciones culturales incomprensibles para la mayoría, especialmente, para los jóvenes?

EL SEXO: el tercer aspecto importante, que, por su repercusión en los medios pareciera el más urgente y el que arrincona más, desde la opinión pública, a la Iglesia Católica. De nuevo se necesita sinceridad y valentía, insistiendo mucho más en la Fe, en la conciencia personal, en la cultura del siglo XXI, que en visiones tradicionales que no son dogmas sino expresiones de la presencia de la Iglesia en momentos históricos determinados.

Hay, por lo menos, dos puntos que no se pueden seguir obviando: por un lado aceptar que desde la década de los cincuenta del siglo pasado (por poner una fecha…) se fue separando, en la conciencia y en la cultura masivas, el acto sexual de la reproducción…Esa es la base del desencuentro entre millones y millones de personas y una interpretación de la doctrina de la Iglesia sobre el sexo que, simplificando un poco, es cierto, se sigue relacionando con la procreación, con los hijos, con la familia, etc. siendo pecado todo lo demás…!! Hay que replantear todo ello sin negar absolutamente nada de la fe cristiana.

Y el segundo punto, muchos lectores habrán coincidido ya en el tema, es el celibato sacerdotal. Hay que evaluar la situación y dejarlo como opcional de la misma manera que fue opcional para Obispos y Sacerdotes en largas épocas históricas de la Iglesia.

Son tres aspectos que debemos tener en cuenta todos los católicos ante la situación que está viviendo la Iglesia en estos últimos meses. Una reflexión compartida entre todos y por todos los continentes, sin apresuramiento pero con sinceridad y valentía. La Semana Santa, cuando recordamos el centro de nuestra fe, la muerte y la resurrección de Jesús, es momento propicio para ello.

ALGUNAS SUGERENCIAS CONCRETAS:

1.Sobre la relación con el poder:

a)Separar al Papa del gobierno del Estado de la Ciudad del Vaticano, nombrando una comisión o consejo de gobierno conformada por laicos que represente a dicho Estado ante la Comunidad Internacional, de manera que el Papa ya no será considerado "Jefe de Estado” sino representante de la Iglesia Católica.

b)Supresión de todas las nunciaturas a excepción de aquella relacionada con la Organización de las Naciones Unidas y sus dependencias, especialmente las de servicio humanitario y Derechos Humanos. El representante del Papa será el presidente de la Comisión Episcopal de cada país.

c)Venta y/o entrega solidaria de todos los bienes que pueda tener la Iglesia Católica en cada país y que no están relacionados con el culto ni con la educación (tierras de cultivo, empresas, acciones, etc.).

d)Transparencia absoluta y rendición de cuentas permanente de la economía del Estado de la Ciudad del Vaticano desde el nuevo Consejo de Gobierno.

e)Siguiendo la doctrina social de la Iglesia, los laicos debemos comprometernos con la sociedad y la justicia, pero no puede haber partidos políticos ni gobiernos declarados oficialmente como "cristianos”.

2.En relación a la Cultura:

a)Introducir los cambios necesarios en la vestimenta y en la liturgia, como, por ejemplo, suprimir totalmente todo tipo de tiaras, mitras, solideos en el Papa y en los Obispos ya que no tienen significado alguno para la mayoría de habitantes del planeta.

b)Adaptar mejor los textos litúrgicos a cada cultura nacional y a la cultura del siglo XXI, reconociendo el origen mediterráneo de muchos de nuestros símbolos que no son entendibles en otras latitudes de América Latina, África y Asia, conservando lo esencial a la tradición católica.

c)Fomentar la lectura de la Biblia, en especial del Nuevo Testamento, animando a que todos llevemos la Biblia a la Iglesia, recordando que la lectura de parte del sacerdote, diácono o laico se originó en el hecho de que la mayoría era analfabeta, lo que ya no es el caso en el siglo XXI, de manera que todos podemos leer los textos que se señalen. En América Latina, si vemos a una persona con una Biblia en la mano es un cristiano no católico…!!!

d)Animar a dar y recibir la Comunión en la mano y no colocada en la lengua, ya que se trata de compartir el pan…!! Colocar la sagrada hostia en la lengua es lo más antihigiénico y humillante. Es mucho más digno recibirlo con fe en las manos como en toda comida familiar.

e)Explicar mejor (y, en lo que corresponda, anular) todo lo relacionado al concepto de Reino y de Rey, que corresponden a etapas vividas por la humanidad hace ya muchos siglos y que están muy lejos de la práctica de la democracia en cada país y en el mundo. Muchos de estos textos e imágenes confunden a los cristianos o, en el mejor de los casos, no les dice nada para animar y fortalecer la fe cristiana.

f)Fomentar, como lo han hecho y pedido los últimos Papas, la profunda formación de los cristianos y el uso de las nuevas tecnologías de comunicación en la formación y en la transmisión de la fe católica.

3.En Relación al Sexo:

a)Seguir defendiendo a la familia y al matrimonio sin dogmatizar sobre el sexo y formando mejor a los cristianos basándose en la libertad y en el amor.

b)Anular los procesos de excomunión a aquellos cristianos que se separan o tienen problemas de pareja, aceptándoles en la comunidad cristiana a la que pertenecen.

c)Considerar el celibato como una opción personal dejando de ser considerado como obligatorio y universal.

d)Acoger con naturalidad a la comunidad gay.

NOTA:

Ninguna de estas sugerencias se relaciona con los dogmas y la fe de la Iglesia católica.


viernes, 18 de octubre de 2013

LAS COMUNIDADES CRISTIANAS DE BASE

Pedro Casaldáliga 

Las Comunidades Cristianas de Base arrancan del pueblo y son la base de la Iglesia. Nosotros decimos en Brasil que se trata de un nuevo modo de ser Iglesia: comunitario, fiel, uniendo la fe a la vida, con la Biblia en las manos del pueblo, con capacidad de diálogo, teniendo en cuenta el ecumenismo. Ahora el gran desafío es la convivencia en todos los campos: en la familia, en el vecindario, en el trabajo, en la comunidad eclesial.

Los indios Minky dicen que “vivir es convivir”. La convivencia supone que nos situemos en la Iglesia en una actitud de igualdad; de igual a igual con las otras Iglesias, con las otras religiones, con las otras espiritualidades, con la humanidad. Hemos de partir de esa visión macroecuménica, en vez de partir de una actitud replegada sobre sí misma; partir de una visión abierta en comunión con todos los otros movimientos, espiritualidades y religiones. Hemos de explicitar nuestra fe no como imponiendo una superioridad sino contribuyendo con la concreta historia de Jesús de Nazaret.

La parroquia debería ser toda ella comunidad.
Yo digo que no se trata de discutir si son tantas o cuantas las comunidades de base; se trata de que todo sea comunidad; me gusta hablar de comunitariedad, que todo sea comunitario desde el Papa, que todo sea participativo, que, desde la propia situación de cada uno, todo sea contribución al conjunto.

Las parroquias como parroquia no tienen futuro. Estos días la Conferencia Episcopal de Brasil (CNBB) está discutiendo sobre “Comunidad de Comunidades, una nueva Parroquia”. Está comprobado que la parroquia como tal se transforma en burocracia y no estimula la participación real. Se entiende, por otra parte, que sea necesaria una referencia jurídica, diríamos canónica. Que sean grupos pequeños forma parte de la condición de semilla, fermento, sal.

Yo creo que se ha superado ya la fase más rabiosa de relación entre comunidades de base y obispos; hemos aprendido bastante a convivir; todavía falta mucho, pero ya hay menos episcopalitis aguda. Si el obispo o el cura no nos acepta, pues muy bien, no nos vamos a perder por eso. La indignación ha de ser una indignación esperanzada, de lo contrario estamos vomitando bilis por todas partes y no tenemos nada de buena noticia. El cristianismo es algo más, no se trata de vivir la vida amargada, fiscalizada.

Participar en la vida parroquial.
Por lo que respecta a los nuevos movimientos yo he vivido un detalle interesante en Honduras. Estábamos en Cuaresma, la cocinera de los claretianos nos dijo que era neocatecumenal y añadió: “nosotros celebramos la Eucaristía, ustedes celebran la Misa”; si se niegan a participar de la vida de la parroquia en ciertos momentos, en ciertas cosas; ahí también dejarían de ser Iglesia.

Yo digo a los amigos y amigas que hay que participar de la misa del cura al menos una vez por mes; es la contribución a los ancianos y ancianas que participan todas las semanas, levantarles el ánimo; negarse me parece que es una actitud anticristiana.

La fe sin política no es fe cristiana.
No puede haber fe cristiana sin encarnación. Todo es político, aunque la política no lo sea todo. Jesús dijo que había venido para que todos tuvieran vida, y la tuvieran en abundancia. Si no me preocupo de la tierra, de la salud, de la educación, de las comunicaciones, incluso de las vacaciones para descansar, no me estoy preocupando de la vida humana.

La vida en el otro mundo es un asunto de Dios, que Él resolverá muy bien. A nosotros nos toca mejorar la vida y universalizar la vida aquí, en este mundo. Y si la Iglesia, el Papa, los obispos, los sacerdotes, las monjas y todos aquellos que queremos ser seguidores de Jesús no hacemos política, no impulsamos las consecuencias sociales, políticas y económicas que tiene la fe, ¿qué testimonio de amor damos?

Distinguir entre comunitariedad y comunidad.
Es una actitud de participación, de corresponsabilidad, que el Papa sea el Obispo de Roma, que los obispos participen realmente de la colegialidad que ahora no existe, corresponsabilidad de todos y todas. Una actitud comunitaria en la propia familia, en el trabajo; un párroco no debería decidir nada por sí sólo y un padre de familia tampoco.

Los Consejos y Sínodos suelen ser solamente consultivos.
El propio cardenal Arns, que fue arzobispo de Sâo Paulo, nos dijo en una asamblea de los obispos de Brasil que el Sínodo es un fracaso por ser sólo consultivo; los obispos hablan y a continuación la Curia lo amaña a su modo y aparece, después de dos o tres años, un documento firmado por el Papa que ni lo leemos. No fue participativo y está fuera de hora y de lugar. Cuando se está pidiendo estos días la reforma de la Curia muchos insisten en este aspecto: que los sínodos sean de participación, de colegialidad, de corresponsabilidad.

Los jóvenes y las comunidades.
Se trata de ser comprensivos con ellos, hay que reconocer que están viviendo un proceso personal y de grupo que antes no se imaginaba; toda la problemática sexual antes se vivía clandestinamente, ahora con la puerta abierta; la autoridad paterna se discute hoy.

Que participen en todo lo que sea justicia y paz. Se les puede pedir, también, un poco de comprensión, porque a veces una actitud radicalmente negativa casi puede llegar a ser infantil. No se trata de hacer iglesias paralelas; pero se trata de poder vivir la fe paralelamente con celebraciones, con gestos de solidaridad, con actitud de respeto.

Jesús les sigue atrayendo y hay que partir de ahí; pero tienen que vivirlo en comunidad. Hay que convencerlos de que sin comunidad ninguna actividad humana funciona. No se trata de someterse a la parroquia. Se puede vivir paralelamente y de vez en cuando dar una contribución y un tiempo a la comunidad cristiana donde viven o se sienten cercanos.

Que no den excesiva importancia al sacerdote, que intenten vivir su fe comunitariamente entre iguales. La organización eclesial no debe ser un impedimento insalvable para vivir la fe en Jesús comunitariamente.

Los ministerios son solo servicios.
Hay que revisar todo este asunto de los ministerios, desde el Papa hasta el último cristiano, el sacerdocio célibe ha de ser una opción, la mujer ha de tener todo el derecho. Resulta dramático y ridículo que se quiera argumentar con el Evangelio para impedir a la mujer la participación plena. No fue Jesús quien dijo que debían de ser doce hombres, hay situaciones culturales que afectan hoy a la Iglesia. La humanidad ha sido muy machista y así continúa, casi todas las culturas son machistas.

Se ha hecho del ministerio la esencia de la ley cristiana cuando el ministerio es sólo un servicio. Cambiará todo lo que ahora estamos reclamando y que parece imposible realizarse; cambiará con respecto a la mujer, con respecto a la división sacerdote-laico, con respecto a la visión de la sexualidad, con respecto al diálogo ecuménico. Ya está cambiando en parte.

No va a ser fácil, no nos podemos hacer la ilusión de que el nuevo Papa desmonte toda la curia, pero está introduciendo cuñas. Lo que dificulta es que tenemos una Iglesia que es Estado y el Papa es jefe de Estado y eso, de entrada, ya provoca unos tropiezos insuperables; la reforma de la Curia debería tener, como primer paso, la automática desaparición del Estado Vaticano y el Papa dejar de ser Jefe de Estado. Esto debería ser elemental, basta pensar un poco en las otras religiones.

El diálogo interreligioso.
Es necesario hacer la transición de una época integrista, autoritaria, de tener toda la verdad, a una época de diálogo; hoy día, para muchos, es fundamental que se equiparen todas las religiones.

El mundo es plural, Dios es mayor que todas las religiones. Es evidente que hay que saber conjugar una actitud de diálogo abierto y una actitud de libertad en la propia identidad; no se trata de ser católicos vergonzantes sino de vivir con naturalidad y elegancia la propia fe. Sólo hay diálogo con una actitud adulta contribuyendo con tu identidad a la identidad de los demás.

Hemos de reconocer abiertamente los fallos de la Iglesia, las inconsecuencias de la Iglesia, no podemos justificar lo injustificable; pero se trata de decir, también, que hay mucha Iglesia que es honesta y es consecuente.

Hoy estamos mejor que ayer. Hay que evitar el espíritu triunfalista, pero hay que evitar, también, el espíritu derrotista y volver a Jesús de Nazaret. El seguimiento es la mejor definición de la espiritualidad cristiana, el seguimiento de Jesús con la opción por los pobres, el diálogo abierto, la solidaridad…

La oración.
Se ha ganado en el mundo en personalismo y ese personalismo auténtico exige interioridad, contemplación. Se debe hacer comunitariamente, por eso hay que estimular las celebraciones en grupos pequeños.
En el fondo, el problema no es creer en Jesús, sino creer como creyó Jesús; me parece que no entramos por ahí. Para creer como creyó Jesús es importante el tema de la oración, porque Jesús creía pensando en los demás, oraba pensando en los demás. Subía al monte sólo, dejaba a los apóstoles, se pasaba la noche entera, pero volvía a estar con la gente, a anunciar el Reino de Dios, es decir, colocaba la oración en el horizonte de la praxis, y eso me parece que nos está faltando. La gente joven cree en Jesús, pero mi pregunta es para ellos y para nosotros, los viejos.        ¿Estamos creyendo como Jesús, no soo en Jesús?

sábado, 12 de octubre de 2013

LA FE DE JESÚS (Jose Luis Caravias)

Blog Xabier Pikaza 

Un "amigo", experto en aqua benedicta, me pide que le hable de la fe de Jesús... Le apasiona el tema y quiere citas/reflexiones que aumenten su fe.

Santa petición la suya, digna de aquellos discípulos que decían ¡aumenta nuestra fe! (Lc 17, 5), y no puedo negarme a responderla. Pero, sin tiempo para cumplir personalmente sus deseos (¡estoy vertiendo al romance un libro Benedicto XVI: Die Einheit der Nationen!), he acudido al "portal" de otro amigo lejano a quien llevo leyendo desde hace más de treinta años: José Luis Caravias.

Caravias nació en Alcalá la Real (Jaén), Andalucía (1935) y creció en Coín (Málaga). Entró jesuita y fue de estudiante al Paraguay (1961) para quedarse. Ha trabajado con campesinos y gente de pueblo, ha pensado en Jesús, ha escrito teología de la buena.

José Luis es un inmenso testigo de Jesús y su voz se escucha, tranquila y honda, en todas las llanuras, cañadas y esteros de America Latina. Quiero que este post sea un homenaje a su fe en la vida y en los hombres, a su confianza en Jesús, a su trabajo.

Teológicamente, él ha unido siempre la tradición de la Iglesia y la actualización de la fe, en contacto con el pueblo.Es uno de los hombres del Papa Francisco, desde el Chaco de Paraguay, desde todo el mundo. Yo no firmaría todo lo que él dice sobre la fe de Jesús, pero lo dice muy bien, y quizá alguno de mis lectores quiera enriquecerse con el trabajo que sigue, y con toda su producción teológica, que podrá encontrarse básicamente en
http://mercaba.org/Caravias/02/cartel_biblia_realidad.htm. Buen día a todos... y gracias a ti José Luis. Te leo desde que el año 1983 me regalaron un libro tuyo en Ecuador.
Cf. también http://jlcaravias.wordpress.com/libros-de-jl-caravias/

Para el trabajo que sigue: http://mercaba.org/Cristologia/DdeJ_caravias_01.htm

La fe de Jesús
Acabo de afirmar en la introducción que creo con todo mi ser que Jesús es Dios, y que esta es la fe de nuestro pueblo latinoamericano. Si Jesús no fuera Dios, perdería sentido todo lo que vamos a decir de él. Su vida, su predicación y su testimonio nos serviría de muy poco. Pero creyendo firmemente en su divinidad, toma una fuerza muy especial toda su humanidad. Este quiere ser el sentido de este primer capítulo sobre la conciencia y la fe de Jesús. A través de lo humano de Jesús llegar hasta Dios.

1. LA CIENCIA DE JESÚS

Hasta no hace muchos años pensaban los teólogos que Jesús durante su vida terrena lo sabía todo, lo pasado, lo presente y lo futuro; conocía todas las ciencias, todas las técnicas, todos los inventos que se iban a realizar a través de la historia. Conocía personalmente a todas las personas del mundo, sus problemas y sus pensamientos. Decían que Jesús no ignoraba nada y que cuando durante su vida demostraba no saber algo era solamente porque él disimulaba para poder así enseñarnos.

Pero en estos últimos tiempos, en los que tanta gente se ha dedicado a estudiar en serio la Biblia, hemos sabido aceptar en su profundidad la realidad que muestran los Evangelios: que Jesús fue un hombre completo, y que, como todo hombre, él no lo conocía todo, y, por consiguiente, estuvo siempre en actitud de búsqueda y de aprendizaje, y tuvo dudas en su caminar, crisis y tentaciones.

Esto no dice nada en contra de su divinidad. Justamente el que Dios quisiera hacerse hombre completo, con todas sus consecuencias, es una de las asombrosas maravillas de su amor hacia nosotros.

La humanidad de Jesús no pudo ser una comedia o una farsa. Y ello sería así si Jesús lo hubiera conocido absolutamente todo. Jesús, como hombre, tenía que poder crecer en sabiduría y tenía que tomar sus propias opciones con libertad y dolor. El tomó sobre sí todas las consecuencias de su encarnación, como, por ejemplo, la ley de la maduración humana; y todas las consecuencias de nuestro pecado, como la ignorancia y las tentaciones; sólo que él jamás pecó (Heb 4,15). Si no fuera así, su pasión y su muerte no hubieran sido verdaderas.

Pero Jesús vivió una humanidad con mucha más profundidad que cualquiera de nosotros. Y en su humanidad encontró como lo más íntimo de sí mismo al propio Dios. Jesús se sabe unido al Padre con una intimidad total y desconocida para nosotros. En su vida y en su conducta no hay otra razón de ser que el Padre. Hablaremos de ello largamente a través de todo el libro, y más concretamente, en seguida, sobre su actitud constante de búsqueda de Dios.

Fijémonos por el momento en cómo los evangelistas presentan a Jesús compartiendo el saber cultural de sus contemporáneos. No tienen miedo en afirmar que "Jesús iba creciendo en saber, estatura y en el favor de Dios y de los hombres" (Lc 2,52). Jesús pregunta con frecuencia para enterarse de lo que no sabe; ignora el día del juicio; sufre tentaciones; duda del camino a seguir; cambia de modo de proceder; pide que la muerte se aleje de él. Nada de ello se presenta como fingiendo, sino totalmente real. No hay razón alguna para negar que aprendió realmente de sus padres, de su pueblo, de su cultura. Aunque él transformará y dará una profundidad insospechable a toda la gran riqueza de su pueblo.

Según lo presentan los Evangelios, Jesús aprende continuamente nuevas cosas y hace nuevas experiencias que le sorprenden, siempre a partir de las ideas de la cultura de su pueblo. Sin duda alguna él pasó por un proceso histórico de aprendizaje.

Tiene además, a veces, como todo humano, crisis de identificación: dudas de quién es él y qué debe hacer; aunque todo ello envuelto en una profunda fe en la voluntad providente del Padre.

Hasta tuvo que reconocer que el Reino de Dios, por causa de la dureza del corazón de sus oyentes, no llegaría tan rápidamente como él había pensado al principio de su predicación.

Todo esto se explica algo dentro del misterio sabiendo que Jesús tenía una conciencia humana distinta a la conciencia del Verbo de Dios. Si las dos conciencias fueran la misma, el Verbo estaría dirigiendo siempre la realidad humana de Jesús, que se convertiría entonces en algo meramente pasivo. La conciencia humana de Jesús no era como un doble de la conciencia divina. En realidad su autoconciencia humana se relacionaba con Dios en una distancia de criatura, con libertad, obediencia y adoración, lo mismo que cualquier otra criatura humana, aunque con una profunda conciencia de cercanía radical respecto a Dios.

Creer que el Jesús histórico conocía todo, sería confundir su vida terrena con su vida gloriosa de resucitado. No se pueden atribuir al Cristo terreno cualidades que son sólo del Cristo glorioso.

Pero sí podemos afirmar que Jesús tuvo durante su vida momentos de particular claridad y experiencias de profundidad inaudita y de una apertura única al misterio de la creación y la vida. El recibió como regalo de Dios el conocimiento profético necesario para llevar a cabo su misión. Como revelador, tuvo un conocimiento totalmente único del misterio de Dios y de su plan de salvación. Jesús hombre, vivía con Dios en una proximidad y una amistad insospechadas hasta entonces.

Resumiendo: Cristo en su experiencia terrena tenía dos clases de ciencia: Un saber adquirido en relación con la cultura de su época, y un conocimiento profético, como don de Dios, que le capacitaba para cumplir a la perfección su misión de revelador del Padre. El campo del conocimiento profético estaba delimitado por el de esta misión suya.

2. LA FE DE JESÚS

¿Tuvo fe Jesús? A algunos les cuesta admitir que Jesús tuviera fe, porque piensan que él veía siempre a Dios, como los bienaventurados del cielo. Sin embargo, la respuesta a esta pregunta nos va a llevar a un conocimiento más profundo del mismo Señor Jesús, y al mismo tiempo nos va a enseñar el valor de nuestra propia fe.

Vamos a ver cómo Jesús es el auténtico creyente en Dios, que promueve entre los hombres una nueva fe. Es el hombre total porque ha sido el creyente total.

Aunque en el Nuevo Testamento no se habla expresamente de la fe de Jesús, no hay duda de que en numerosos pasajes se le atribuye una actitud de fe.

Dice la carta a los hebreos: "Corramos con constancia en la competición que se nos presenta, fijos los ojos en el pionero y consumador de la fe, Jesús" (Heb 12,2). Según este texto genial, Jesús es presentado como el modelo perfecto de los creyentes, el que ha llevado la fe a la plenitud de la perfección, experimentándola en su propia vida, en una situación humanamente muy dura, al tener que elegir entre el gozo y la cruz, pasando por encima de la ofensa y el desprecio. Jesús es el modelo perfecto de la fe perseverante: él ha tenido que luchar hasta el final para dar toda su perfección a su actitud de creyente.

Jesús es el primero de los creyentes, "el pionero", en cuanto que los demás hemos de recorrer su mismo camino en la misma actitud. El recorrió nuestro camino de fe como modelo y precursor. Y lo recorrió como nosotros en la oscuridad de la tierra; y desde ella practicó la esperanza y la obediencia en medio de la contradicción y de súplicas y lágrimas. Pero su hastío y su miedo fueron superados por la fe y transformados en amor. Por eso él es el primero de los creyentes.

Así como Pablo considera a Cristo como el primero de los resucitados, el hermano mayor en la gloria, Hebreos lo considera como el primero que ha vivido ya como resucitado en la historia por haber vivido plenamente la fe.

De este modo, creer en Jesús es fundamentalmente creer en lo que él creyó y esperar la liberación que él esperó y alcanzó. La fe de Jesús enfrenta al hombre con la realidad "Dios" en la que creyó y con los dioses oficiales a los que se opuso tenazmente. Por su humanidad Jesús es el camino para llevar a los hombres a creer en Dios como él creyó y a ser de Dios como lo fue él.

Cuenta San Marcos que en cierta ocasión en la que los discípulos no habían podido curar a un niño epiléptico, Jesús protesta diciendo: "¡Gente sin fe! ¿hasta cuándo tendré que estar con ustedes?, ¿hasta cuándo tendré que soportarlos?". Y ante la petición del padre que le dice: "Si algo puedes, ten lástima de nosotros", Jesús le replicó: "¡Qué es eso de 'si puedes'! Todo es posible para el que tiene fe" (Mc 9,19.22-23). Y en seguida curó al niño.

Jesús, pues, fundamenta su "poder" en la fe que le anima. El es el que cree con fe ilimitada. Por eso puede curar al niño, porque "todo es posible para el que tiene fe". La fuerza con la que él actúa es la fuerza de Dios, que anida en todo hombre que tiene fe en él.

Fe aparece aquí en el sentido bíblico de confianza en Dios. Y en esta línea es la que podemos afirmar que Jesús tuvo fe, verdadera fe, la fe plena en el sentido total de la Biblia.

En efecto, en los Evangelios sinópticos aparece la fe como confianza absoluta en la omnipotencia de Dios en situaciones humanamente desesperadas (Mt 9,1-8; Mc 5,21-43; 10,46-52; 7,24-30; Mt 9,27-31; Lc 17,11-19; etc.). Para San Juan la fe es una entrega total confiada en la persona de Jesús. Según San Pablo la fe está íntimamente ligada a la actitud de obediencia (Rm 6,16-17; 15,18) y a la confianza (Rm 6,8; 2 Cor 4,18; 1 Tes 4,14). En la carta a los Hebreos (c.11) la fe es la certeza de una realidad que no se ve, a la que va ligada la firme confianza en la promesa de Dios y la obediencia fiel del hombre a Dios.

Esta actitud fundamental, que en la Biblia se llama fe, es ciertamente la actitud fundamental que define lo más íntimo, lo más personal y típico de Jesús. El se entrega incondicionalmente a su Padre Dios y acepta sus planes en absoluta docilidad, confianza y abandono, aun en los momentos de mayor obscuridad. Jesús superó siempre toda tentación de apoyarse en sí mismo o en los demás por medio de su fe-confianza, por su abandono total en el Padre.

De esta manera Jesús es el jefe de fila, el creador y consumador de nuestra fe. Nuestra condición de creyentes tiene que estar calcada de la suya. La fe de cualquier persona, como la de él, se tiene que realizar en la confianza, en el abandono en manos de Dios y muchas veces en la oscuridad y en la soledad de la cruz.

Creer es lo mismo que aceptar a Jesús, pero no de cualquier manera, sino precisamente en su actitud de creyente en medio del dolor.

3. BÚSQUEDA CONSTANTE DE DIOS Y DE SU REINO

Parece que Jesús no tuvo desde el comienzo una idea del todo clara acerca de la voluntad de Dios sobre él. No comenzaría sabiéndolo todo sobre Dios. Jesús pasó por un proceso de "conversión", no como elección entre el bien y el mal, sino como un ir descubriendo cada vez más cerca a Dios y cada vez más clara su voluntad.

En todo momento tuvo Jesús una actitud muy sincera de búsqueda de Dios. Poco a poco, desde sus más tiernos años, a partir de una actitud constante de oración, fue comprendiendo, cada vez más profundamente, quién era Dios para él y qué quería Dios de él. Desde las raíces culturales de su pueblo, desde la meditación constante del Antiguo Testamento, desde la observación de la realidad de la vida, iluminadas siempre por una fe sincerísima y profunda, Jesús fue comprendiendo cada vez mejor al Dios de Israel; se fue haciendo más transparente su actitud de hijo que se siente querido, hijo débil, agradecido y obediente a "su" Padre.

Toda la vida de Jesús estuvo centrada en Dios como Padre. Hablaremos de ello largamente en los próximos capítulos.

Intentemos por el momento, ahondar un poco más en su actitud de búsqueda constante de Dios. Esta búsqueda sincera es expresión profunda de su fe. La perfección histórica de esa búsqueda de Dios la va consiguiendo Jesús, por contraste, a partir de dos realidades profundamente humanas: la tentación y la ignorancia.

En los Evangelios sinópticos la escena de las tentaciones está centrada a nivel de la fe en lo más profundo de la actividad y la personalidad de Jesús: su relación con el Padre y su misión al servicio del Reino. Sus tentaciones nos dan la clave para comprender la fe de Jesús en su doble vertiente de confianza en el Padre y obediencia a la misión del Reino: El poder que controla la historia desde fuera o el poder que se sumerge dentro de la historia; el poder de disponer sobre los hombres o el poder de entregarse a los hombres. A Jesús se le presentan las dos posibilidades de afianzar su personalidad concreta a través del verdadero o el falso mesianismo.

En el huerto, la noche anterior a su muerte, Jesús parece sentir con fuerza la tentación del uso del poder, pues era lo único que parecía poder salvarle. La agonía del huerto no es sino la crisis absoluta de la idea del Reino que tuvo Jesús al comienzo de su predicación. Es la "hora en la que mandan las tinieblas " (Lc 22,53). Y supera la tentación no huyendo del conflicto, sino metiéndose en él y dejándose afectar por el poder del pecado.

En la pasión, la tentación toca más que nunca a la fe en Dios. Parece que el Dios que se acerca en gracia ha abandonado a Jesús (Mc 15,34). La fe de Jesús entra en una tentación radical: quién es ese Dios que se aleja y exige un total abandono en sus manos en medio de una absoluta obscuridad. Jesús supera la tentación con la misma actitud de siempre: "No se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú " (Mc 14,36). Que la fe sea total entrega de sí mismo y que el amor liberador sea amor en el sufrimiento es una novedad para Jesús, novedad que acepta al vencer la tentación.

Jesús supera, pues, sus tentaciones históricas y con ello va madurando cada vez más su fe en el Padre y en el Reino.

Unas páginas atrás decíamos que Jesús no lo sabía todo. Pues bien, sus ignorancias se convierten desde el punto de vista de la fe en componentes de la perfección de esta fe.

A la fe le pertenece dejar a Dios ser Dios. Esto es lo que en el Antiguo Testamento se conoce como trascendencia o santidad de Dios. En Jesús aparece la absoluta familiaridad con Dios, su entrega absoluta al Padre, pero siempre en el contexto fundamental de dejar a Dios ser Dios. Por eso está dispuesto a hacer su voluntad hasta el fin, incluso en la agonía del huerto. Y por esto también no quiere saber el día de Yavé: es un secreto que le pertenece a Dios. Jesús respeta la trascendencia de Dios, y de ahí que sus ignorancias no son ninguna imperfección, sino la expresión de sentirse criatura de Dios, hijo de Dios; son la expresión de un mesianismo que vive del Padre y no de su propia iniciativa.

La limitación del saber de Jesús es la condición histórica de hacer real la búsqueda y la entrega al Padre, en igualdad de condiciones y solidaridad con todos los hombres. Sólo así podía entregar Jesús su persona al futuro del Padre.

La fe de Jesús, o sea, su confianza y obediencia al Padre, para poder expresarse y crecer, necesitaban de situaciones históricas de conflictividad, de tentaciones y de ignorancias. Dejar a Dios ser Dios no es cuestión sólo de ideas, sino de actitudes históricas realizadas dentro de la historia. Por ello en el "no saber" sobre el día de Yavé, Jesús "sabía" del Padre, precisamente porque le dejaba ser Padre, es decir, el misterio absoluto de la historia.

4. JESÚS SE SIENTE ENVIADO DEL PADRE

La actitud que tuvo Jesús desde sus primeros años de continua búsqueda de Dios y sumisión a él, fue cuajando en una conciencia cada vez más clara de que Dios le había mandado al mundo con una misión muy especial.

En sus años de predicación pública esta conciencia de enviado se manifiesta de continuo. "Yo no estoy aquí por decisión propia; no, hay realmente uno que me ha enviado" (Jn 7,28).

El "Enviado" puede ser un nombre muy propio para Jesús. "Esta es la vida eterna, reconocerte a ti como único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesús" (Jn 17,3). "Tú me enviaste al mundo", dice Jesús al Padre (Jn 17,18).

Los discípulos lo reconocen en el momento en que llegan a saber que él fue enviado: "Estos reconocieron que tú me enviaste" (Jn 17,25). Y el testimonio de su predicación y su unión será "para que el mundo crea que tú me enviaste" (Jn 17,21).

Refiriéndose al Padre, Jesús casi siempre dice: "el Padre que me envió" (Jn 5,23.37). Otras veces no cita el nombre del Padre, sino simplemente dice: "el que me envió" (Jn 5,14.30; 6,38.39), o "su enviado" (Jn 5,38; 6,29).

Jesús no es simplemente un mensajero del Padre que trae un mensaje de parte de él: Jesús mismo es el mensaje. El Padre no decidió enviar regalos a los hombres por medio de Jesús: envía a su propio Hijo.

Jesús se identifica plenamente con su misión. No pretende ser nada en sí mismo. Toda su realidad consiste en desempeñar la función de intermediario, transmisor, comunicación entre el Padre y el mundo. El es en su totalidad, contacto, mediación, canal por el cual Dios se comunica con el mundo. Por él pasa el movimiento de comunicación. Jamás se encierra en sí mismo: es apertura al Padre y apertura al mundo. No tiene otra personalidad que el servicio del Padre y de los hermanos: ponerlos a los dos en contacto. Este es su modo de ser "misionero".

Jesús no tiene vida privada, no se concentra en sí mismo: siempre habla o escucha. O habla con los hombres sobre Dios o habla con Dios sobre los hombres; o escucha la voz de Dios en el mundo o escucha lo que dice Dios sobre el mundo.

Jesús es aquel que oye y ve, aquel que vive recibiendo y dando. Todo lo que tiene es recibido. "Las palabras que tú me diste, yo se las entregué a ellos" (Jn 17,8). El recuerda a sus discípulos: "Les he comunicado todo lo que le he oído a mi Padre" (Jn 15.15). "Yo no he hablado en nombre mío; no, el Padre que me envió me ha encargado él mismo lo que tenía que decir y que hablar... Por eso, lo que yo hable, lo hablo tal y como me lo ha dicho el Padre" (Jn 12,49-50).

Jesús es todo lo contrario a un ser egoísta, encerrado en sí mismo. "Yo no puedo hacer nada de por mí; yo juzgo como me dice el Padre" (Jn 5,30). "Un hijo no puede hacer nada de por sí; primero tiene que vérselo hacer a su padre. Lo que el Padre haga, eso lo hace también el hijo" (Jn 5,19). Su punto de referencia, su eje, siempre es el Padre.

La palabra de Jesús está dotada de una autoridad radical, justamente porque no procede de él, sino del Padre. Su ser misionero es la transparencia de la autoridad del Padre, la transmisión al mundo de la autoridad, de la fuerza, del amor del Padre. Jesús no tiene nada en sí, pero por él pasa todo.

La sumisión total de Jesús al Padre no es algo pasivo o cuadriculado. El encuentra en la Biblia las instrucciones y las órdenes de Dios, pero sabe ir más allá de la letra de las Escrituras. El sabe interpretar el espíritu de los textos bíblicos, nunca por insubordinación, sino por una subordinación mayor al Espíritu de Dios. Su obediencia es activa y creadora. El encarna en su vida las líneas maestras del plan de su Padre Dios. Va descubriendo qué caminar concreto es la tradición más fiel del ideal trazado en la Biblia.


5. AL PADRE LO CONOCE SOLO EL HIJO

Jesús se sintió enviado del Padre, y en esta su experiencia de hijo, fue conociendo cada vez más perfectamente a "su" Padre Dios. En ese sentirse amado y enviado, recibe el conocimiento de Dios. Se trata de un conocimiento vivido en el movimiento de su propia misión de hijo.

Dice el mismo Jesús: "Mi Padre me lo ha enseñado todo; al Hijo lo conoce sólo el Padre y al Padre lo conoce sólo el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27). Es como si dijera: lo mismo que un padre es el único que conoce de veras a su hijo, también el hijo es el único que conoce de veras a su padre. "Igual que mi Padre me conoce, yo conozco también al Padre" (Jn 10,15). Puesto que sólo un hijo conoce de veras a su padre, es él el único capaz de transmitir a otros ese conocimiento.

En San Juan hay otra afirmación de Jesús muy parecida: "Pues sí, se lo aseguro: un hijo no puede hacer nada de por sí, primero tiene que vérselo hacer a su padre. Lo que el padre haga, eso lo hace también el hijo, porque el padre quiere a su hijo y le enseña todo lo que él hace" (Jn 5,19-20). Jesús quiere decir, con una comparación familiar, que Dios le ha dado el conocimiento de sí mismo, y por eso él es el único que puede comunicar a los demás el verdadero conocimiento de Dios.

Estas afirmaciones de Jesús son de suma importancia para entender su misión y su fe. Esta conciencia de ser el enviado del Padre, aquel que de una forma única recibe y transmite el conocimiento de Dios, la encontramos también en otros muchos pasajes del Evangelio (Mc 4,11; Mt 11,25; Lc 10,23-24; Mt 5,17; Lc 15,1-32).

¿Cuándo y dónde ha recibido Jesús esta revelación, en la que Dios le ha concedido el conocimiento pleno de sí mismo, lo mismo que cuando un padre se da a conocer a su hijo? Los Evangelios no lo dicen, pero quizás fue en alguna experiencia concreta sucedida en algún acontecimiento especial. Así parecen sugerirlo algunos textos.

En este hecho de que Dios le ha abierto su propia intimidad, lo mismo que un padre a su hijo, se apoya precisamente la autoridad y el poder de Jesús.

Apoyados en este conocimiento de Dios que tiene Jesús, adentrémonos, a través de los próximos capítulos, a conocer también nosotros, siquiera un poco, la realidad del Dios de Jesús.

martes, 8 de octubre de 2013

LAMPEDUSA: EUROPA ES CULPABLE

El País, Gonzalo Fanjul



Cuando escribo estas líneas, 200 inmigrantes procedentes de Somalia y Etiopía han sido declarados muertos en las costas de Lampedusa y casi otros tantos desaparecidos. La información indica que los ocupantes del bote procedían de Somalia y Eritrea, dos naciones del Cuerno de África que se encuentran a 4.000 km de distancia de Lampedusa. 500 hombres, niños y mujeres (algunas de ellas embarazadas) han recorrido 4.000 km para embarcarse en un viaje que les aleje de la guerra somalí y de la opresión eritrea, si no de la miseria que acogota a dos de los países más pobres del mundo.

Pero la tragedia de la que huían no explica por completo la decisión de embarcarse en un viaje que ya se ha cobrado la vida de decenas de miles de africanos en el Mediterráneo. Quienes se suben a estas embarcaciones saben que no les queda otra alternativa. Europa entornó sus puertas hace muchos años y ha dejado claro que no son bienvenidos bajo ninguna circunstancia. Tras negarles un visado en sus países de origen, nuestros gobiernos han subcontratado a los Estados del Norte de África para que hagan el trabajo sucio que sus votantes no admitirían aquí: miles de subsaharianos deambulan por las ciudades costeras de países como Marruecos o Argelia, sometidos al racismo, el acoso y la violencia de las fuerzas de seguridad.

Cuando consiguen llegar a Europa tras pagar una fortuna a una mafia, la situación solo mejora ligeramente. Los Estados miembros de la UE han establecido para los inmigrantes irregulares lo que a todos los efectos constituye una ciudadanía de tercera clase. Los recluimos durante meses por una falta administrativa, les negamos el acceso a derechos esenciales como el de la salud y les difamamos públicamente acusándoles de robar nuestros empleos o de amenazar nuestras buenas costumbres. En países como Grecia, Holanda o Noruega, aupamos a partidos políticos que abogan abierta y violentamente contra ellos. Convertimos su vida en un infierno con la esperanza de que los que vengan detrás aprendan la lección. Como si no hubiesen mamado desde niños lo que constituye un verdadero infierno de pobreza y opresión.

Así que las palabras de ayer de la Comisaria europea de Interior, Cecilia Malmström, (la UE tiene que “redoblar los esfuerzos para combatir a los traficantes que explotan la desesperación humana”) suenan hoy a un sarcasmo intolerable. No hay traficantes si no hay muros insalvables, lo que sitúa a Europa en la categoría de culpable.

Con franqueza, sueño con que mis nietos echen la vista atrás a estos días y se avergüencen de nosotros. Espero que recordemos la tragedia de Lampedusa como recordamos el asesinato de los activistas por los derechos civiles o el encarcelamiento de las sufragistas. Me sorprende que la actitud firme del Papa Francisco en este asunto llame tanto la atención, cuando lo verdaderamente destacable es que la Conferencia Episcopal española no haya abandonado el silencio cómplice ante medidas como el apartheid sanitario impuesto por el Gobierno. Porque cuando Italia ha declarado un día de luto nacional por el naufragio no ha hecho más que constatar lo obvio: cada uno de los que ha muerto hoy es uno de nosotros.

lunes, 7 de octubre de 2013

CARTA DE JOSÉ A. PAGOLA AL PAPA FRANCISCO

En 'Vida Nueva'

IMPULSAR LA RENOVACIÓN EVANGÉLICA
“Casi sin darnos cuenta, estás introduciendo en el mundo la Buena Noticia de Jesús. Estás creando en la Iglesia un clima nuevo, más evangélico y más humano. Nos estás aportando el Espíritu de Cristo…”.
Querido hermano Francisco:
Desde que fuiste elegido para ser la humilde “Roca” sobre la que Jesús quiere seguir construyendo hoy su Iglesia, he seguido con atención tus palabras. Ahora, acabo de llegar de Roma, donde te he podido ver abrazando a los niños, bendiciendo a enfermos y desvalidos y saludando a la muchedumbre.

Dicen que eres cercano, sencillo, humilde, simpático… y no sé cuántas cosas más. Pienso que hay en ti algo más, mucho más. Pude ver la Plaza de San Pedro y la Via della Conciliazione llena de gentes entusiasmadas. No creo que esa muchedumbre se sienta atraída solo por tu sencillez y simpatía. En pocos meses te has convertido en una “buena noticia” para la Iglesia e, incluso, más allá de la Iglesia. ¿Por qué?
Casi sin darnos cuenta, estás introduciendo en el mundo la Buena Noticia de Jesús. Estás creando en la Iglesia un clima nuevo, más evangélico y más humano. Nos estás aportando el Espíritu de Cristo. Personas alejadas de la fe cristiana me dicen que les ayudas a confiar más en la vida y en la bondad del ser humano.

Algunos que viven sin caminos hacia Dios me confiesan que se ha despertado en su interior una pequeña luz que les invita a revisar su actitud ante el Misterio último de la existencia.

Yo sé que en la Iglesia necesitamos reformas muy profundas para corregir desviaciones alimentadas durante muchos siglos, pero estos últimos años ha ido creciendo en mí una convicción. Para que esas reformas se puedan llevar a cabo, necesitamos previamente una conversión a un nivel más profundo y radical. Necesitamos, sencillamente, volver a Jesús, enraizar nuestro cristianismo con más verdad y más fidelidad en su persona, su mensaje y su proyecto del Reino de Dios. Por eso, quiero expresarte qué es lo que más me atrae de tu servicio como Obispo de Roma en estos inicios de tu tarea.

Algunos que viven sin caminos hacia Dios
me confiesan que se ha despertado en su interior
una pequeña luz que les invita a revisar
su actitud ante el Misterio último de la existencia.

Yo te agradezco que abraces a los niños y los estreches contra tu pecho. Nos estás ayudando a recuperar aquel gesto profético de Jesús, tan olvidado en la Iglesia, pero tan importante para entender lo que esperaba de sus seguidores. Según el relato evangélico, Jesús llamó a los Doce, puso a un niño en medio de ellos, lo estrechó entre sus brazos y les dijo: “El que acoge a un niño como este en mi nombre, me está acogiendo a mí”.

Se nos había olvidado que en el centro de la Iglesia, atrayendo la atención de todos, han de estar siempre los pequeños, los más frágiles y vulnerables. Es importante que estés entre nosotros como “Roca” sobre la que Jesús construye su Iglesia, pero es tan importante o más que estés en medio de nosotros abrazando a los pequeños y bendiciendo a los enfermos y desvalidos, para recordarnos cómo acoger a Jesús. Este gesto profético me parece decisivo en estos momentos en que el mundo corre el riesgo de deshumanizarse desentendiéndose de los últimos.

Yo te agradezco que nos llames de forma tan reiterada a salir de la Iglesia para entrar en la vida donde la gente sufre y goza, lucha y trabaja: ese mundo donde Dios quiere construir una convivencia más humana, justa y solidaria. Creo que la herejía más grave y sutil que ha penetrado en el cristianismo es haber hecho de la Iglesia el centro de todo, desplazando del horizonte el proyecto del Reino de Dios.
Juan Pablo II nos recordó que la Iglesia no es el fin de sí misma, sino solamente “germen, signo e instrumento del Reino de Dios”, pero sus palabras se perdieron entre otros muchos discursos. Ahora se despierta en mí una alegría grande cuando nos llamas a salir de la “autorreferencialidad” para caminar hacia las “periferias existenciales”, donde nos encontramos con los pobres, las víctimas, los enfermos, los desgraciados…

La herejía más grave y sutil
que ha penetrado en el cristianismo
es haber hecho de la Iglesia el centro de todo,
desplazando del horizonte el proyecto del Reino de Dios.

Disfruto subrayando tus palabras: “Hemos de construir puentes, no muros para defender la fe”; necesitamos “una Iglesia de puertas abiertas, no de controladores de la fe”; “la Iglesia no crece con el proselitismo, sino por la atracción, el testimonio y la predicación”. Me parece escuchar la voz de Jesús que, desde el Vaticano, nos urge: “Id y anunciar que el Reino de Dios está cerca”, “id y curad a los enfermos”, “lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis”.

Te agradezco también tus llamadas constantes a convertirnos al Evangelio. Qué bien conoces a la Iglesia. Me sorprende tu libertad para poner nombre a nuestros pecados. No lo haces con lenguaje de moralista, sino con fuerza evangélica: las envidias, el afán de hacer carrera y el deseo de dinero; “la desinformación, la difamación y la calumnia”; la arrogancia y la hipocresía clerical; la “mundanidad espiritual” y la “burguesía del espíritu”; los “cristianos de salón”, los “creyentes de museo”, los cristianos con “cara de funeral”. Te preocupa mucho “una sal sin sabor”, “una sal que no sabe a nada”, y nos llamas a ser discípulos que aprenden a vivir con el estilo de Jesús.

No nos llamas solo a una conversión individual. Nos urges a una renovación eclesial, estructural. No estamos acostumbrados a escuchar ese lenguaje. Sordos a la llamada renovadora del Vaticano II, se nos ha olvidado que Jesús invitaba a sus seguidores a “poner el vino nuevo en odres nuevos”. Por eso, me llena de esperanza tu homilía de la fiesta de Pentecostés: “La novedad nos da siempre un poco de miedo, porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos y planificamos nuestra vida, según nuestros esquemas, seguridades y gustos… Tenemos miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos, nos saque de nuestros horizontes, con frecuencia limitados, cerrados, egoístas, para abrirnos a los suyos”.

Por eso nos pides que nos preguntemos sinceramente: “¿Estamos abiertos a las sorpresas de Dios o nos encerramos con miedo a la novedad del Espíritu Santo? ¿Estamos decididos a recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido la capacidad de respuesta?”. Tu mensaje y tu espíritu están anunciando un futuro nuevo para la Iglesia.

Quiero acabar estas líneas expresándote humildemente un deseo. Tal vez no podrás hacer grandes reformas, pero puedes impulsar la renovación evangélica en toda la Iglesia. Seguramente, puedes tomar las medidas oportunas para que los futuros obispos de las diócesis del mundo entero tengan un perfil y un estilo pastoral capaz de promover esa conversión a Jesús que tú tratas de alentar desde Roma. Francisco, eres un regalo de Dios. ¡Gracias!